Rayos y Rayos

Aquellos rayos de sol, cayeron sorpresivamente sobre mi cara al momento que me disponía escribir mis memorias. La ventanilla, vil ventanilla, era la culpable de tal atrevimiento. Quedé cegado por un breve instante y me dije a mí mismo:

-Éste, es el mismo sol que ilumina a todos los hombres del mundo, todos los días. –

O al menos eso dicen. Y aquel momento se convirtió en un lapso de completa lucidez, dentro de la completa oscuridad que estaba embargándome.

¡Gran ironía, por no decir sarcasmo! ¡Si supieran de dónde vengo! ¡Si supieran adónde voy!

No más me bastó con mirar hacia abajo y visualizar, al menos en imagen sensorial, los techos de papel, las paredes de cartón y las diminutas habitaciones, sin esperanza ni consuelo. Y yo aquí, en un sillón de cuero, comidas incomprensibles y brindis de majestades. Volando alto. Tan alto, tan alto, que casi toqué las estrellas y me consumí por completo, junto a ellas. El universo hizo de las suyas junto a las manos de Dios. Me acogió por completo en su seno. Y me regaló un eterno abrazo.

Rayos, centellas, estrellas…

Y yo.

Allí estaba yo: encima de la tierra, debajo del cielo. Extinto junto al último recuerdo de mi paso por el tiempo. Nunca alcancé a despedirme. Me inundó la tristeza, la desesperación. Mi corazón se deshizo por completo en llanto desesperado, enmudecido. Ahogado en colores blancos y negros, una lágrima resbaló por mi rostro. Grises. Quizás colores apasionados. La electricidad de un nuevo rayo me abarcó por completo. Desde el primer cabello, hasta la punta de los pies. Sentí ese golpe, abrupto, grosero, familiar, de terremoto interior.

¡Rayos!

Abrí los ojos. Aún no me muero. A lo mejor estoy despierto, otra vez. Y mi nueva mejor oportunidad de este día, se llama hoy.

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Rayos